martes, 15 de julio de 2008

Progreso

Como me supongo un hombre de mi tiempo, me supongo –también– a favor del progreso. Vivir es avanzar, aunque yo añadiría que irremediablemente. No sé, con todo, hasta qué punto pueden sostenerse afirmaciones como la de Pessoa, quien creía que el binomio de Newton encierra tanta belleza como la Dama de Elche. O la del futurista italiano Marinetti, que veía –allá por las vanguardias de principios del siglo XX– más hermoso un automóvil en movimiento que la Victoria de Samotracia. La vida cambia a un ritmo tan vertiginoso que ni siquiera sabemos a ciencia cierta cuál será el aspecto físico que tendremos los humanos dentro de apenas mil añitos de nada, como bien se encargó de recordarnos ayer un sabio tan descomunal como el biólogo almeriense Ginés Morata. El ser humano progresa más que nunca porque el ser humano así lo quiere. Sin más. Ni menos. Adónde nos llevará el imparable avance de las cosas es un misterio encerrado en un enigma. Pura ciencia ficción.

***

Esto del progreso y la belleza puede comprobarse –a escala infinitesimal, claro, porque los humanos somos infinitesimales– en la cotidianidad de la vida diaria, que es donde se percibe que las cosas que a uno le rodean empiezan a ser ya irremediablemente diferentes a como las había conocido. Ahí está, por ejemplo, la vertiginosa expansión que en los últimos años ha sufrido –o gozado, según se mire– Punta Umbría, un enclave que a fuerza de hoteles y avances va perdiendo sin posibilidad de recuperarlo el aire familiar y de tiempo detenido que a tantas personas ha venido atrapando desde que los ingleses plantaran allí sus reales para desintoxicarse de los aires sulfurosos de la mina. En la vieja carretera, frente a la maravilla de Los Enebrales, han crecido como setas urbanizaciones y hoteles que han cambiado para siempre la fisonomía de la antigua localidad de recreo para convertirla en un punto turístico al que se supone que la gente acudirá en masa. Nunca imaginé que en Punta Umbría habría un multicines y un centro comercial, pero ahí está, lleno hasta las trancas de personas que no se sabe por qué extraña razón huyen de sus grandes ciudades atestadas de centros comerciales para acabar metidos en otro centro comercial que han construido a 50 metros de una playa hermosísima –el Calé– hace unos años medio desierta y hoy abarrotada de sombrillas deseosas de volver cuanto antes de nuevo al centro comercial. Qué quieren que les diga. Si esto es el progreso, me quedo con la Dama de Elche. De todas, todas.

Publicado en El Mundo-Huelva Noticias el 15 de julio de 2008.

2 comentarios:

Juan Duque Oliva dijo...

Que nos gusta una cola y un apretujamiento (vaya palabreja me acaba de salir)

Punta Umbría nunca me llamó mucho la atención y por lo que veo seguirá asi.

I’ve Got You Under My skin

Anónimo dijo...

Estuve el otro día por allí, hace siete años que decidí huir de lo que fue un paraíso, pero de vez en cuando, por una u otra razón, vuelvo. Observé el mamotreto del nuevo mercado y recordé la placita que se abría al mercado y a a plaza, el antiguo mercado de abastos al aire libre, la casa del relojero... y me puse a llorar. Esto, los adalides del progreso y la cuenta corriente y engordante, no lo pueden entender, pero me puse a llorar más de rabia que de pena. Un conocido profesional de la política, virgen laboral pero con un ritmo de vida de auténtico millonario - que lo debe ser, seguro - me decía en su estulticia socializante, que ahora todo el mundo podía veranear en Punta Umbría y no sólo los ricos. En efecto, antes una minoría podía disfrutar del paraíso, ahora todas las masas proletaria pueden disfrutar de un mojón. Es como aquél onubense egregio cuyo nombre no voy a desvelar que, casado con una hembra espectacular y veinte años más jóven, respondía a un contertulio que le apercibía de que una cosa asi le iba a terminar poniendo los cuernos, con un inteligente: "mejor un bombón para dos que un mojón para uno". Esto es lo que ha pasado con Punta Umbría, que ya no es un paraíso, sino una barbaridad para el que la quiera. El negociete de unos cuantos ha propiciado que un montón de ilusos, ávidos por imitar al prsunto rico que veraneaba en Punta Umbría, se han dejado engañar con facilidad y han comprado apartamentos absolutamente ridículos en el tamaño y en la calidad constructiva, en zonas congestionadas y para nada habitables, a precio de vértigo. Pero en fin, sarna con gusto no pica, así que cada cual en su lugar. Yo, desde luego, lejos de Punta Umbria, mi pueblo realmente, por imperativo legal. Los listos que se han hecho millonarios con este disparate, saben lo que estoy diciendo y entre esos ricos, más de un sociolisto con más cara que espaldas. Agur.