martes, 25 de noviembre de 2008

Muerte

Nada hay más irracional que la muerte, esa malparida que a todo el mundo iguala. Muchos insisten en que debe aceptarse como parte misma de la vida, como el proceso natural de nuestra propia existencia, la cual es una frase muy hermosa cuya utilidad no va más allá de unos segundos perdidos, de una nube que pasa o de un pez que salta de repente en la tranquilidad quieta de un estanque. Se habla también con frecuencia de la dignidad de la muerte, como si ambos conceptos no chocaran de lleno. Muerte digna. No hay nada más indigno que la muerte, se produzca ésta como se produzca, venga como venga. Cada muerte implica, en una gran parte, la desaparición del mundo que conocemos. Quiere decirse que con la persona que se va deja de existir también su concepción y su particular visión de lo que le rodeaba. Que para él no era ni más ni menos que el universo mismo en toda su inabarcable plenitud, porque la realidad no podemos más que concebirla y recibirla de un modo subjetivo y personal. Acaso la única forma de permanencia, la única dignidad posible de la muerte venga de la mano de la memoria y el recuerdo. Al joven jugador de la Olímpica Valverdeña que fulminó un extraño rayo de su oscuro destino lo van a estar recordando mucho tiempo, y es cierto que uno no acaba de morirse del todo mientras no muere, a su vez, la última persona capaz de recordarte. Ese vivir en los demás es, al margen de la religiosidad de cada cual, la única esperanza posible de este sinsentido que llega de repente como un mazazo, ante el que se siente una congoja inexplicable que deja a todo el mundo sin palabras. A todos, menos a los poetas, como casi siempre. Ya nos recordó César Vallejo cómo era capaz la vida, de repente, de darnos en toda nuestra muerte. O la propia dureza de la existencia: “Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé”. La muerte vino de nuevo a mandar “sus heraldos negros” para avisarnos de nuestra frágil fugacidad. Si nada hay más triste que un domingo, Valverde va a vivir en los próximos meses un domingo interminable. Un pueblo no puede más que recibir con espanto un hecho así. Muchos buscarán explicaciones o tranquilidad en la religión. Los consuelos ayudan a superar los trances y la espiritualidad juega, en ese sentido, un papel tranquilizador en la sociedad. La creencia en Dios, Buda o Alá es, sobre todo, una explicación del mundo y de nosotros mismos. Yo no he sido llamado por el camino de la fe, lo cual no me convierte en un alma en pena que vaga por el mundo sin saber dónde posarse. No. Vivir es cojonudo, pero hay golpes inexplicables, como el de Javier Herrezuelo, que te recuerdan que vivir es, también y además, una mierda muy grande.

Publicado en El Mundo-Huelva Noticias el 25 de noviembre de 2008.

5 comentarios:

Ana Asuero dijo...

Toda la razón del mundo. Vivir es lo mejor del mundo pero, a la vez, una tremenda putada.

ercanito dijo...

Desde luego, a mi lo que me resulta indigno e impropio es que esto le pase a un chaval en Valverde haciendo deporte, viendo que en mi pueblo domingo tras domingo se ven cuerpos abstraidos absolutamente por la cocaína y otras drogas nuevas sin sin que se lleven un leve sustillo. Y no digo que le pase a otros, pero que es INJUSTO que haya gente mala en el mundo, y que lo malo le pase al bueno, al que no hace daño, sino bien al mundo. Descanse en paz.

Anónimo dijo...

Pon en un plato de la balanza todos y cada unos de los ratos buenos que has pasado en la vida, tus bienes, tus éxitos,... usa un recipiente mayor si no te caben. Y en el otro plato, coloca la muerte de un hijo y dime después, hacia dónde se gira la aguja de la balanza.

ercanito dijo...

Oye anónimo, la respuesta es sencilla. La balanza se rompe, porque el peso del plato de la muerte de un hijo es un palo del que no se recupera nadie.

Jesús Chacón dijo...

Hay golpes en la vida, tan fuertes...Yo no sé /

[...]

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras /

en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. /

Serán tal vez los potros de bárbaros atilas; /

o los heraldos negros que nos manda la Muerte.